Voy
en el cielo dibujando arcoíris con los ojos, desde lejos los veo y poco a poco
sigo sus trayectorias, casi siempre circulares. Diciembre es la época más
colorida de todo el año, las luces deslumbran los ojos de los contempladores, por
las noches un desfile de colores sale a relucir, invaden los lugares: rosa,
verde, blanco, amarillo, roja, azul que resaltan con la obscura noche. Estas
luces son de todos los tamaños, tan pequeñas como el pulgar de un bebé hasta
llegar a focos que abarcan la mano adulta.
Risas y carcajadas se congelan durante
este mes, también forman parte de la sonoridad de los días, las horas, los
minutos y segundos. Los dulces y el ponche calientico, claro está con piquete
para los señores y ponche tibiecito para los chamacos, esto envuelve el
respirar, por algún efímero momento parece que el tiempo se detiene y nos deja
respirar, abrazar a los que se ausentan y sentarse a cenar . Después regresan a
la esclavitud del tiempo y vuelven al ciclo vital, pasan: los días, meses, años
y la vida entera.
Todo se consume, cambia en el devenir
del tiempo, mientras yo sigo mi camino, elevándome por los cielos sin
detenerme, sin la mínima esperanza de sentar cabeza como dicen las abuelas. Aun
mejor tengo una misión que cumplir; recorrer el mundo entero sin detenerme y es
que cuando uno está tanto tiempo en la tierra le cuesta imaginarse lo infinito-
¡lo sé!
Estaba anclado al meñique de un niño, me
llenaron con elio, él fue un buen amigo y el más tierno compañero, también me
dio la tarea de ver lo que él no podía ver sus ojos, así que me eleve por aires sofocados hasta de conseguir la
libertad, todo para conocer nuevos caminos. Ahora viajo por los cielos tratando
de ver lo que nadie puede, ver lo que nadie ha descubierto jamás.
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